La felicidad más grande de Deepak Chopra





La finalidad de la vida es la expansión de la felicidad. La felicidad es la meta de todas las demás metas. La mayoría cree que la felicidad es resultado del éxito, la acumulación de riquezas, la salud o las buenas relaciones interpersonales, y la presión social hace creer a muchos que estos logros equivalen a la felicidad. Sin embargo, no es así. El éxito, la riqueza, la buena salud y las relaciones enriquecedoras son consecuencia de la felicidad, no su causa.

Cuando nos sentimos felices aumentan nuestras posibilidades de hacer elecciones que nos acerquen a estas cosas, pero no funciona al revés. Todos conocemos personas que se sienten profundamente infelices aun después de acumular increíbles riquezas y alcanzar el éxito. La buena salud también puede ser objeto de negligencia o abuso, y hasta la familia más feliz puede perder su dicha al enfrentar una crisis inesperada. Las personas infelices no son exitosas, y no hay logro ni dinero alguno que pueda modificar esta ecuación.

Por esto debemos dejar de pensar en las señales externas y concentrarnos en la felicidad interior, tan buscada y tan difícil de encontrar. En los últimos años, psicólogos y estudiosos del cerebro han emprendido la primera investigación seria acerca de la felicidad. Antiguamente, la psicología se concentraba casi exclusivamente en tratar la infelicidad, de la misma forma en que la medicina interna trata la enfermedad. Pero, así como en años recientes ha aumentado de manera notable la atención al bienestar y la prevención, también lo ha hecho el interés en lograr la felicidad.

Curiosamente, uno de los temas más controvertidos en el nuevo campo de la psicología positiva es si los seres humanos estamos hechos para ser felices. Quizá todos vamos en busca de una ilusión, de una fantasía alimentada por momentos de felicidad esporádicos y siempre efímeros. O quizá haya personas predispuestas genéticamente para ser felices, seres afortunados que están más allá de lo que la mayoría experimentamos: un sentimiento de satisfacción moderada, en el mejor de los casos. Algunos expertos afirman que la felicidad es aleatoria, una sorpresa emocional que aparece y desaparece en un instante, como una fiesta sorpresa de cumpleaños, y que no deja huella permanente una vez que acaba.

Algunos de los científicos más destacados en el campo de la psicología positiva, en particular la profesora Sonja Lyubomirsky, Ed Diener y Martin Seligman, elaboraron lo que llaman la “fórmula de la felicidad”. Dichos investigadores hallaron tres factores específicos, susceptibles de cuantificarse en una sencilla ecuación:

F = P + C + A

Felicidad = predisposición + condiciones de vida + actividades voluntarias

Ésta es una de las teorías más extendidas acerca de la felicidad, así que la analizaremos para luego mostrar una mejor manera de alcanzar la meta. Aunque apunta en la dirección correcta, la fórmula no profundiza lo suficiente para develar el auténtico secreto de la felicidad.


El primer factor, la predisposición, determina cuán felices somos por naturaleza.

Las personas infelices tienen un mecanismo cerebral que interpreta las situaciones como problemas. Por su parte, las personas felices tienen un mecanismo cerebral que interpreta las mismas situaciones como oportunidades. Así, el fenómeno del “vaso medio lleno o medio vacío” tiene sus raíces en el cerebro y está “dispuesto” de tal manera que no varía mucho con el paso del tiempo. De acuerdo con los investigadores, la predisposición determina alrededor de 40 por ciento de la experiencia de felicidad de una persona. Aparentemente, esta predisposición es en parte genética: si tus padres fueron infelices, es más probable que tú también lo seas. Sin embargo, no debemos olvidar la influencia de la infancia.

El cerebro de los niños tiene neuronas que reflejan el cerebro de los adultos que los rodean. Se dice que estas “neuronas espejo” son responsables del aprendizaje de nuevas conductas. Los pequeños no necesitan imitar a sus padres para aprender algo nuevo; les basta observarlos para que ciertas neuronas se activen de manera tal que reflejen la actividad. Por ejemplo, un bebé a quien se está destetando observa a sus padres comer. Cuando éstos toman los alimentos y los llevan a su boca, ciertas áreas de su cerebro se activan. El simple hecho de observar esta actividad hace que las mismas áreas se activen en el cerebro del niño. De esta forma, el cerebro en desarrollo aprende una nueva conducta sin tener que seguir un proceso de prueba y error.

Este modelo ya se ha demostrado en monos y se ha extendido en la teoría a los humanos. Ofrece la prueba física de algo tan misterioso como la empatía, la capacidad de sentir lo que otro siente. Algunas personas tienen esta habilidad; otras no. Unos cuantos son tan empáticos que prácticamente no toleran el sufrimiento ajeno. Estudios de resonancia electromagnética y tomografía computarizada indican que la función cerebral desempeña un papel fundamental en la empatía. Las neuronas de un niño reflejan las emociones de los adultos que lo rodean y lo hacen sentir lo que éstos sienten. Si un niño vive rodeado por adultos infelices, su sistema nervioso quedará programado para la infelicidad, aun antes de tener motivos para sentirla.

¿Por qué no todos los niños son empáticos? Porque el desarrollo cerebral es extremadamente complejo y diferente en cada bebé. Durante nuestra infancia se programaron simultáneamente toda clase de funciones cerebrales, y para algunos la empatía tuvo un papel secundario. Ésta es una desigualdad preocupante e influye en la felicidad. Podríamos pensar que si el cerebro está predeterminado —por los genes o por la infancia— para cierto grado de felicidad, no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. Sin embargo, esto sería un error, porque ni el cerebro ni los genes son estructuras estáticas; están cambiando y evolucionando a cada minuto. Nuestros genes reciben constantemente la influencia de nuevas experiencias. Cada una de nuestras elecciones envía señales químicas que atraviesan el cerebro, incluyendo la elección de ser feliz, y cada señal moldea el cerebro año tras año.

Las investigaciones muestran que, en términos generales, la predisposición del cerebro puede modificarse mediante:

Medicamentos para levantar el ánimo; funcionan sólo en el corto plazo y tienen efectos secundarios.

Terapia cognitiva, que transforma el cerebro mediante la modificación de creencias limitadoras. Todos nos decimos a nosotros mismos palabras que provocan infelicidad. La repetición constante de una creencia negativa (soy una víctima, nadie me quiere, la vida es injusta, hay algo malo en mí) desarrolla vías nerviosas que refuerzan la negatividad al convertirla en una manera habitual de pensar. Dichas creencias pueden remplazarse con otras no sólo más positivas sino más acordes con la realidad (si fui una víctima no tengo por qué seguir siéndolo; puedo encontrar el amor si elijo lugares mejores para buscarlo). Al tratar pacientes cuya vida está dominada por creencias negativas, los psicólogos han descubierto que la alteración de creencias fundamentales es tan eficaz como los medicamentos para modificar la química cerebral.

Meditación, que produce en el cerebro numerosas alteraciones positivas. Los efectos físicos de permanecer quietos y volcarse al interior son inconmensurables. La resolución del enigma tomó mucho tiempo. Los investigadores tuvieron que luchar contra el prejuicio occidental acerca de que la meditación pertenecía al terreno del misticismo o que era, en el mejor de los casos, una especie de práctica religiosa. Hoy sabemos que activa la corteza prefrontal, sede del pensamiento elevado, y que fomenta la liberación de neurotransmisores como la dopamina, la serotonina, la oxitocina y los opiáceos cerebrales. Cada uno de estos químicos naturales del cerebro se relaciona con distintos aspectos de la felicidad. La dopamina es un antidepresivo; la serotonina aumenta la autoestima; la oxitocina es conocida como la hormona del placer (sus niveles aumentan también durante la excitación sexual); los opiáceos actúan como analgésicos y son responsables de la euforia que sigue al ejercicio físico. Queda claro que la meditación, por producir niveles elevados de estos neurotransmisores, es una manera más eficaz para modificar la predisposición del cerebro. Además, ningún medicamento puede coordinar por sí solo la liberación de todas estas sustancias.

El segundo factor en la fórmula de la felicidad son las condiciones de vida. Como todos queremos mejorar la calidad de nuestra existencia, damos por hecho que un cambio positivo de nuestras condiciones nos hará más felices. Sin embargo, este factor explica sólo entre siete y 12 por ciento de la experiencia total de la felicidad. Si ganas la lotería, por ejemplo, al principio te sentirás extáticamente feliz, pero al cabo de un año regresarás a tu nivel normal de felicidad o infelicidad. Al cabo de cinco años, casi todos los que han ganado la lotería afirman que la experiencia tuvo un efecto negativo en su vida. Los expertos en estrés han acuñado el término eustrés para referirse al estrés causado por experiencias intensamente placenteras. Todos pensamos que nos gustaría vivir eso, pero el cuerpo no sabe distinguir entre el eustrés y el distrés, causado por experiencias desagradables. Ambos pueden desatar la reacción del estrés. Si no te adaptas bien a éste, las experiencias positivas pueden afectar tanto como las negativas tu corazón, tu sistema endocrino y otros órganos y sistemas vitales.

Al igual que los acontecimientos felices, las circunstancias trágicas, como la muerte de un familiar, un amargo divorcio o una desgracia como quedar paralizado por una lesión en la columna, no influyen de manera significativa en el nivel de felicidad de una persona en el largo plazo. Los seres humanos tenemos una notable capacidad para adaptarnos a las circunstancias externas. Como dijo Darwin, el factor más importante para la supervivencia no es la inteligencia ni la fortaleza sino la adaptabilidad. La resistencia emocional, la capacidad de recuperarse después de una experiencia adversa, es uno de los indicadores más confiables de quién vivirá largo tiempo. Todos experimentamos situaciones difíciles, pero la adaptabilidad es un valioso rasgo innato. Esta capacidad explica por qué las condiciones de vida tienen tan poca influencia en el nivel de felicidad de una persona.

Casi 50 por ciento de la fórmula de la felicidad depende del tercer factor, las cosas que elegimos hacer en nuestra vida cotidiana. ¿Qué clase de elecciones nos hacen felices? Unas se basan en la satisfacción personal, pero los investigadores descubrieron con sorpresa que no eran las más significativas. El incremento del placer personal provocado por comer bien, beber champaña, hacer el amor o ver una película proporciona una felicidad de unas cuantas horas o un par de días a lo mucho. La gratificación instantánea declina rápidamente.

Otra clase de elección promueve la expresión creativa o la felicidad de otra persona. En ambos casos se accede a un nivel más profundo del ser. Según las investigaciones, las acciones que realicemos en favor de la felicidad de los demás son una vía rápida para la felicidad duradera. La expresión creativa también puede rendir resultados positivos y perdurables para la propia felicidad.

Esto es, en pocas palabras, lo que las investigaciones más recientes nos dicen. Sin embargo, el conocimiento de la fórmula de la felicidad no es garantía de una felicidad auténtica o duradera. Sólo el tercer factor, las actividades voluntarias, toma en consideración la vida interior de la persona y abre la puerta al que considero el único lugar donde puede encontrarse el secreto de la felicidad. Veamos qué hay detrás de esa puerta. Lo que hallemos también nos ayudará a responder la pregunta más importante: ¿somos los humanos capaces de gozar una felicidad auténtica y perdurable?

Las tradiciones orientales señalan que la vida supone de manera inevitable el sufrimiento, el cual puede tomar la forma de accidentes, desgracias, envejecimiento, enfermedad y muerte. Esto sugiere que los pesimistas tienen razón al afirmar que la felicidad duradera es una ilusión. Los seres humanos, en particular, sufrimos a causa de la memoria y la imaginación. Cargamos con las heridas del pasado e imaginamos que el futuro nos depara más sufrimiento. A las demás criaturas no les preocupa la vejez, la decrepitud ni la muerte. No se aferran al pasado, ni alimentan agravios ni resentimientos.

Los animales sí tienen memoria. Si pateas a un perro, éste recordará la experiencia y gruñirá si se encuentra contigo 10 años después. Pero a diferencia de los humanos, no planificará durante esos 10 años la manera de vengarse. Nuestra capacidad de sufrir nos hace buscar una salida. Por esto, para millones de personas, el presente gira en torno a huir del dolor pasado y evitar el dolor futuro.

En vez de proponer un escape al sufrimiento, las tradiciones de Oriente diagnostican el sufrimiento de la misma forma en que un médico diagnostica la enfermedad. Las tradiciones védica y budista de la India identificaban cinco causas del sufrimiento, y de la infelicidad resultante:

1. Desconocer nuestra identidad auténtica.

2. Aferrarnos a la idea de permanencia en un mundo mutable por naturaleza.

3. Temer al cambio.

4. Identificarnos con esa alucinación de origen social llamada ego.

5. Temer a la muerte.

Si bien la vida ha cambiado drásticamente a lo largo de los siglos, no ha ocurrido lo mismo con estas fuentes del sufrimiento, y mientras no las resolvamos, de poco servirán los medicamentos más eficaces, la crianza más amorosa o las obras más desinteresadas. La fórmula de la felicidad no contempla las verdaderas dolencias de la existencia humana, que todos experimentamos. Estar vivo es recelar el cambio, aferrase al ego y a sus falsas promesas, temer la llegada de la muerte. Cavilamos confundidos acerca de la pregunta más simple y más básica: ¿Quién soy?

Por fortuna, no hace falta debatirse con las cinco causas del sufrimiento ya que todas están contenidas en la primera: el desconocimiento de nuestra identidad auténtica. Una vez que experimentes quién eres en realidad, todo sufrimiento desaparecerá. Ésta es, sin duda, una promesa colosal, pero ha perdurado por lo menos tres mil años en espera de que cada nueva generación la descubra. Cada descubrimiento es nuevo y depende del individuo. Por naturaleza, todos estamos interesados en nosotros mismos. Si utilizamos ese interés para ir al fondo de nosotros mismos, encontraremos el lugar donde reside nuestro ser auténtico, y entonces se nos revelará el secreto de la felicidad.

Nuestra identidad auténtica se aloja en una conciencia fundamental más allá de la mente, el intelecto y el ego. Cuando vemos más allá de nuestro limitado yo —ese yo que lucha por alcanzar la paz, el amor y la realización en la vida— estamos en camino de hallar nuestra identidad auténtica. Todos estamos conectados con la fuente de la creación. Los sabios antiguos nos han legado una hermosa imagen que lo representa: una vela de flama eterna, instalada en un santuario dentro del corazón. Si hallamos esa flama alcanzaremos la iluminación y disiparemos las tinieblas de la duda, la ira, el temor y la ignorancia.

Lo que somos trasciende el espacio, el tiempo y las relaciones de causa y efecto. Nuestra conciencia fundamental es inmortal. Si llegamos a conocernos en este nivel no volveremos a sufrir. Muchas personas equiparan iluminación con impasibilidad, un estado de aislamiento que les resulta atemorizante porque suponen que deben renunciar a las comodidades de la vida cotidiana. Ante la disyuntiva entre iluminación y placer personal, siempre optan por el segundo. Pero el conocimiento de nuestra identidad auténtica no nos aparta ni nos priva de las satisfacciones de la vida diaria; antes bien nos muestra la fuente de todas las satisfacciones.

En la fuente descubrimos una conexión que nos une a todos. Nuestro yo auténtico es transpersonal; esto es, se extiende más allá de las fronteras de nuestro yo personal. No obstante, transpersonal no significa impersonal, otro de los temores que tiene la gente cuando piensa en iluminación. Aquí también ocurre lo contrario; un maestro espiritual indio lo expresó así: “Mi amor resplandece como la luz de una hoguera. No se enfoca en nadie, no excluye a nadie”. Si valoramos el amor, la paz y la realización, el hallazgo de nuestra identidad auténtica no hará sino expandirlos.

Por fortuna, conocer nuestro yo auténtico no es difícil. Es lo que la naturaleza quiere que hagamos. Una vez que encontramos el camino, los pasos se suceden sin dificultad ni tensión. Al principio es necesario un granito de fe. En la sociedad occidental, a pocos se les enseña que la única cura permanente para la infelicidad es la iluminación, pero es posible experimentar en carne propia la verdad de esta afirmación. Desde las primeras etapas del camino el sufrimiento se reduce, a veces de manera drástica.

Desde el lugar donde te encuentras en este instante, leyendo estas palabras, la iluminación puede parecer una posibilidad lejana y sobrecogedora, pero en las páginas siguientes te expondré siete claves que te guiarán en tu recorrido. Como lo más eficaz es siempre lo más sencillo, natural y cómodo, voy a presentarte ahora una idea increíblemente poderosa:

En este mundo de cambio constante,
hay algo que no cambia.

Este sencillo pensamiento describe la meta de cualquier búsqueda. Si te concentras en tu respiración, sentirás que asciende y desciende. Si te concentras en tus pensamientos, observarás que también van y vienen. Todas las funciones del cuerpo presentan este vaivén y, de hecho, el mundo entero funciona de la misma manera.

¿Dónde se origina este ir y venir? ¿Dónde está el no-cambio que posibilita el cambio? Necesariamente existe. Sin un océano en calma no existirían las olas. Sin una mente en calma no podríamos tener pensamientos. Sin el llamado estado fundamental, aquél con un potencial infinito de materia y energía, no existiría el universo, afirman los físicos.

Resulta de gran importancia observar que todo cambio se basa en el no-cambio. Al hacerlo comprendemos que nuestra existencia, inmersa en la transformación, debe implantarse en un estado más profundo e inmutable del ser. Tenemos una fuente, un estado fundamental. Piensa en cualquier cosa que pueda verse: un árbol, un ocaso, la luna o una estrella distante. Tú, el observador, y el objeto que observas, desaparecerán algún día. Ambos están atrapados en la inestabilidad. Pero el estado fundamental que los subyace no va ni viene: permanece.

La iluminación consiste simplemente en encontrar la manera de alcanzar este estado fundamental. Una vez alcanzado nos identificamos de manera natural con él, y podemos decir: “Éste es el yo verdadero”. Es así de simple. Por eso el secreto de la felicidad está en nuestras manos. Las siete claves de la felicidad también podrían llamarse las siete claves de la iluminación. Consisten en cosas cotidianas que podemos considerar y hacer. No necesitas hacer un cambio drástico en tu estilo de vida. No tienes que decirle a nadie que estás en el camino de la iluminación, aunque los demás te verán cada vez más feliz y realizado.

El proceso que conduce a la iluminación es gradual y requiere paciencia, pero por fortuna el simple hecho de ir en su búsqueda rinde frutos aquí y ahora. Cualquier paso que des rumbo a tu conciencia fundamental —tu estado estacionario, tu ser auténtico— eliminará algunas causas de infelicidad en tu vida. Al mismo tiempo, florecerá esa felicidad innata que es tu derecho de nacimiento. Tu camino, pues, tiene un doble propósito: disipar la oscuridad y revelar la luz.


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